Dos entradas de esta semana, la de Malo Malísimo y la de Pantagruel, con esa imagen donada por Borrasca, ( la que preside la entrada) me han recordado cómo me inicié en los placeres de la carne.
Andaba yo en la EGB, en octavo, en un colegio de Badajoz, allá por el año 1976. Todos los viernes, desde sexto de EGB, nos confesábamos en la capilla del colegio. Sí, confesión previa a la comunión, que os creíais.
Tras la consabida lista de pecados de la semana, por otra parte típica de chavales de 12 a 14 años, a saber: desobedecer a los padres, reñir con los hermanos y hermanas, mentir un poquito por razones de subsistencia, dejar de hacer alguna de las tareas (fíjate que pecado) y decir algún taco a papá y a mamá, el cura confesor siempre preguntaba por lo mismo:
- ¿No realizas tocamientos impuros?.
Dos años con la pregunta, sí, dos años tardé en probar eso de los tocamientos (siempre he sido lento). Fue una explosión de placer, rápida, inesperada, desconocida, caliente, húmeda y placentera. A esa siguieron muchas más, ya esperadas, ya conocidas, ya ralentizadas, pero siempre debidas a las preguntas de esos curas exploradores del pecado, incluso allá donde la inocencia imperaba.
No tienen remedio.
Andaba yo en la EGB, en octavo, en un colegio de Badajoz, allá por el año 1976. Todos los viernes, desde sexto de EGB, nos confesábamos en la capilla del colegio. Sí, confesión previa a la comunión, que os creíais.
Tras la consabida lista de pecados de la semana, por otra parte típica de chavales de 12 a 14 años, a saber: desobedecer a los padres, reñir con los hermanos y hermanas, mentir un poquito por razones de subsistencia, dejar de hacer alguna de las tareas (fíjate que pecado) y decir algún taco a papá y a mamá, el cura confesor siempre preguntaba por lo mismo:
- ¿No realizas tocamientos impuros?.
Dos años con la pregunta, sí, dos años tardé en probar eso de los tocamientos (siempre he sido lento). Fue una explosión de placer, rápida, inesperada, desconocida, caliente, húmeda y placentera. A esa siguieron muchas más, ya esperadas, ya conocidas, ya ralentizadas, pero siempre debidas a las preguntas de esos curas exploradores del pecado, incluso allá donde la inocencia imperaba.
No tienen remedio.